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REVISTA TEG

¿Por qué las mujeres ganan un 27% menos que los varones en el mercado laboral formal?

Más allá de las coyunturas, existen causas estructurales que explican las desigualdades entre varones y mujeres en el ámbito laboral. 

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La agenda de género se cuela por todos lados. Su impacto también alcanza a un gobierno cuyo plan económico de ajuste lleva cada vez más a la desocupación, precarización del trabajo y baja salarial que mayormente padecemos las mujeres, lesbianas, travestis y trans.

 

Actualmente, la diferencia entre el sueldo promedio de un varón y el de una mujer en nuestro país es del 27% en el mercado formal y del 40% en el informal, siendo una de las brechas más altas de Latinoamérica. Las determinantes sociales de esta diferencia exceden la cuestión del incumplimiento del mandato constitucional de “a igual tarea igual remuneración”. Por el contrario, hunde sus raíces en causas estructurales vinculadas a la desigualdad social y de género, con roles y estereotipos discriminatorios que aún perduran.


Una de esas causas está vinculada con lo que se denomina “techo de cristal”*

* TECHO DE CRISTAL
Se denomina techo de cristal a la limitación velada del ascenso laboral de las mujeres al interior de las organizaciones. Se trata de un techo que limita sus carreras profesionales, difícil de traspasar y que les impide seguir avanzando. Es invisible porque no existen leyes o dispositivos sociales establecidos y oficiales que impongan una limitación explícita en la carrera laboral a las mujeres.

Según un relevamiento realizado por Glue Consulting, en Argentina solo el 4% de las empresas está dirigida por mujeres. El Banco de la Nación Argentina no es la excepción, siendo su estructura absolutamente asimétrica en cuanto a los géneros: casi paritaria en la base inferior de su escala y con un porcentaje masculino mayor a medida que se asciende en puestos de jerarquía (ver gráfico en página 9).

 

Cuando nos detenemos en las causas de estos “techos de cristal” resulta evidente su origen en la asimétrica distribución del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. ¿Qué es lo que sucede? Las mujeres nos hemos insertado en el mercado laboral sin una redistribución más equitativa de las tareas hogareñas. Los datos estadísticos muestran que el 88,9% de las mujeres participan en este tipo de labores, dedicando 6,4 horas diarias. Entre los varones, solo un 57,9% lo hace por un total de 3,4 horas. Esta asimetría no es producto de la cantidad de horas de trabajo remunerado en el que cada género se desempeña, ya que incluso las mujeres que trabajan full time dedican más tiempo al hogar que los varones desocupados.

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En los últimos años las mujeres venimos avanzando y ocupando cada vez más lugares de decisión en el BNA. Sin embargo, visibilizar la situación desigual de hoy en día nos alienta a saber que queda un largo camino y que gracias a la pelea de las mujeres seguiremos avanzando hacia una organización sin desigualdad y sin violencia de género.

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ESO QUE LLAMAN AMOR
ES TRABAJO NO PAGO.

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¿Qué implicancias tiene que una mujer avance en su carrera laboral?

 

Inmediatamente significa que deja “vacantes” las tareas domésticas que la sociedad le impuso. Pero esto no queda librado al azar, implica múltiples especulaciones sobre quién, cómo y a qué costo se encargará del trabajo de cuidado. Sucede que ante la ausencia de políticas públicas que contribuyan a resolverlo, la única solución termina siendo recurrir a la mercantilización del cuidado, que va a depender ni más ni menos que de otras mujeres.

 

Es justamente en este punto cuando aparece la otra cara que explica la brecha salarial y se la denomina “piso pegajoso”. Es un fenómeno tipo ventosa por el cual quedamos “estancadas” en los puestos de trabajo de menor calificación. Es decir, empleos de baja calidad, part time, a menudo informales o no registrados y con salarios bajos. Para muchas de nosotras es la única posibilidad de hacer compatibles las tareas de cuidado con algún ingreso, por más calamitoso que este sea. La tasa de trabajadoras en negro es de 36%, mientras la masculina es del 31%. Además, el 62% de las mujeres se desempeña en profesiones asociadas al cuidado y fuertemente feminizadas (docencia, sanidad y trabajo doméstico son las principales).

 

Cuando el gobierno impulsa políticas de género lo hace lavando las líneas y reivindicaciones del feminismo y del sindicalismo, haciéndolas funcionales para sus proyectos. El proyecto de ley del Poder Ejecutivo sobre igualdad salarial es un claro ejemplo, oportunamente denunciado como reforma laboral encubierta por un gran abanico de organizaciones sindicales, entre las que se encuentra La Bancaria, nucleadas en un frente de Mujeres Sindicalistas.

 

Si queremos terminar de verdad con las desigualdades de género y la discriminación en el empleo es necesario poner en pie políticas públicas con perspectiva de género que amplíen la provisión y extensión de servicios de cuidado, apoyo a madres solteras y promoción de la crianza compartida con licencias parentales (sin distinción de sexo). Propuestas que necesitan ir de la mano de un proyecto de sociedad más equitativa y solidaria que permita empleo digno y de calidad rompiendo con los estereotipos genéricos. Pretenderlo sin políticas integrales que incluyan una redistribución más justa del trabajo doméstico y de cuidados es una quimera.

 

 

Para entender el patriarcado hay que discutir la división desigual e injusta de las tareas de cuidado a nivel social. Para generar equidad no solo hace falta distribuir mejor el labor de cuidado entre varones y mujeres, sino terminar con los estereotipos y brindar un mayor reconocimiento económico a estas tareas. Se necesitan alternativas públicas para todos los tipos de familias: licencias familiares compartidas, sistemas de cuidados públicos, lactarios. Es urgente feminizar los lugares de toma de decisión, ya que donde debieran discutirse y resolver estos problemas, a las mujeres se las excluye.

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